Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100191
Legislatura: 1887-1888
Sesión: 15 de junio de 1888
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Discurso.
Número y páginas del Diario de Sesiones: 133, 2750-2752.
Tema: Crisis ministerial.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Sagasta): Señores Senadores, yo creo que sin culpa de nadie, por causas y móviles que no debo ni puedo apreciar, pero que son, sin duda, dignos de respeto, surgió durante el viaje de SS. MM., una cuestión desagradable, aunque por fortuna de todo punto extraña al programa político del partido liberal, y aún a sus procedimientos de gobierno. De común acuerdo se aplazó el examen de esa cuestión hasta el regreso a esta corte de S. M. la Reina Regente; pero al fin y al cabo, hubo de examinarse en el Consejo de Ministros, y desgraciadamente no existió en su apreciación aquella uniformidad de pareceres que era necesaria para lograr una pronta e inmediata resolución.

Esta diversidad de opiniones en el Consejo de Ministros, había de crear naturalmente una situación difícil, porque no basta que haya conformidad absoluta en la política de un Gobierno y en las cuestiones de principios para regir acertadamente los destinos del país. Es tan complicado el organismo gubernamental y tan compleja la vida de los pueblos [2750] modernos, que es preciso, además de una gran conformidad en las cuestiones de principios y hasta en las de procedimiento, una perfecta cohesión y una completa unidad de miras para la resolución de aquellas cuestiones, que sin rozarse en nada con las políticas, pueden traer en lo porvenir consecuencias trascendentes para la organización de los partidos, o para la marcha regular y normal de la gobernación de los pueblos.

Por otra parte, Sres. Senadores, la primera virtud de los Gobiernos es la prudencia: de los Gobiernos y de los gobernantes, de todos, en fin, los que de cualquier modo, y en su esfera, contribuyen más o menos directa o inmediatamente a la gobernación del Estado. Y esta primera virtud de los gobernantes, impone la obligación imperiosa de tener muy en cuenta en sus determinaciones el no provocar en manera alguna el desbordamiento de las pasiones, no irritar los ánimos, y sobre todo, procurar en absoluto no promover antagonismos ni luchas entre las diversas clases del Estado, y muy especialmente entre las clases superiores de la milicia; que para que cumpla debidamente sus altos y sagrados fines, es menester de todo punto que viva alejada por completo de la arena candente de la política. (Sensación).

En tal concepto, y habidas estas consideraciones, el Consejo de Ministros examinó despacio, y despacio discutió, la cuestión a que antes me he referido, encontrando los Ministros que todas las soluciones ofrecían inconvenientes, y que todas podían exasperar los ánimos, cuando lo que se necesitaba era calmarlos. En tan triste situación, los Ministros creyeron que lo más acertado, lo más digno, lo más leal, lo más noble era renunciar a sus cargos y sacrificar sus puestos a la pacificación, tan necesaria ahora, tan necesaria siempre para el arraigo de las instituciones y para el sosiego del país. Los Ministros, pues, presentaron sus dimisiones, que yo tuve la honra de poner en manos de S. M. Claro está que al mismo tiempo que la mía: lo que hay es que la mía fue en el acto rechazada por S. M., encargándome, también en el acto, que reconstituyera el Ministerio, porque sin duda, en su gran previsión, no quería se diera carácter político a una crisis que en manera alguna debía tenerlo.

Cumplida esta misión que S. M. se dignó encargarme, me cabe la honra de presentaros hoy el nuevo Ministerio, en la esperanza de que le prestéis vuestra confianza, de que otorguéis a mis nuevos compañeros de Gabinete, de cuyos merecimientos no os hablo porque son de todos vosotros conocidos, aquella deferencia, aquel apoyo y aquel auxilio que habéis prestado hasta ahora a los que he tenido la honra de presidir desde el principio de la Regencia.

Como veis, la crisis no ha revestido carácter alguno político. La situación continúa la misma, y el partido liberal se halla igualmente representado por éste como por el anterior Ministerio. Su programa, sus propósitos, sus aspiraciones, han sido cobijados por este Gabinete, y serán perseguidos con la misma energía, con el mismo tesón que lo eran por el anterior Gobierno.

En punto a la cuestión política, nada tengo que decir. Este Ministerio abriga la resolución de completar en absoluto su programa, sintetizando en la fórmula de los Sres. Alonso Martínez y Montero Ríos. Ya tiene muy adelantados todos los trabajos; ya está a punto de finalizarse aquel programa, del que sustancialmente no falta más que la coronación con el sufragio, que se dará en tanta extensión como lo tengan los pueblos más libres de la tierra.

En cuanto a la cuestión económica, el Ministerio nada puede añadir a lo que había manifestado el que le ha precedido; pero debe declarar que desde ahora, por parte del Gobierno, queda cerrada en absoluto la puerta para todo aumento de gastos. (Aprobación).

Por lo que al Gobierno respecta, no abrirá la puerta a ningún aumento de gasto, y sólo pasará por aquellos que el país, el contribuyente tenga más gusto en hacer que el Gobierno en consentir, a juicio de las Cortes. En cambio, queda abierta la puerta de las economías para ir haciendo poco a poco todas aquellas que las necesidades del servicio reclamen, hasta llegar a nivelar por completo los presupuestos, y a otra nivelación, que es también indispensable, cual es la nivelación en la tributación, no elevando los tributos bajos, sino bajando los altos, aun cuando no por espíritu cerrado de sistema, y haciendo que todos por igual contribuyan, según sus haberes, al sostenimiento de las cargas públicas.

Claro está que sin apresuramiento que nos precipite en males mayores, por más que sea grande el deseo del Gobierno de atender al estado precario de nuestra agricultura; pero marcharemos por ese camino a fin de lograr pronto que el labrador no sienta la tributación más de lo que deben sentirla las demás clases del Estado.

En la cuestión administrativa, piensa este Gobierno hacer una campaña enérgica a favor del mejoramiento de la administración y de la moralidad. Al efecto, propondrá a las Cortes una ley de empleados, que al mismo tiempo que dé garantías, exija aptitudes y sobre todo moralidad; una ley de procedimientos administrativos que facilite, que abarate, que ponga al ciudadano cerca de la administración pública, y que mejore ésta; una ley de contabilidad sencilla que puedan todos comprender, pero severa, que reduzca los gastos superfluos y dé vado a otros gastos reproductivos; una ley provincial y municipal para proporcionar al pueblo y a la provincia la debida autonomía, con la necesaria intervención del Gobierno central, para evitar el abuso y castiga al culpable.

No piense este Gobierno abandonar las reformas militares; antes al contrario, las acoge como suyas, porque ha he declarado en otra ocasión, que las reformas militares eran bandera del partido liberal.

Piensa, pues, el Gobierno dar a las reformas militares hoy la importancia que tienen, y mañana la preferencia que merecen; pero una vez que dificultades inevitables hacen imposible su pronta aprobación, el Gobierno aprovechará el tiempo y el espacio que estas dificultades le proporcionen para buscar mayores facilidades para su discusión y aprobación, y para examinar y estudiar las opiniones emitidas ya en un sentido, ya en otro, a fin de que sin dejar desatendida ninguna justa pretensión, vengan estas reformas a alcanzar el carácter de universalidad que exige la resolución de un problema que tiene que ser, no la labor de un partido, sino obra de la Nación entera. (Muestras de aprobación).

Para realizar estos propósitos del Ministerio que tengo la honra de presentar al Senado, es necesario el apoyo de los amigos y el patriotismo de los adversarios [2751], porque si uno y otro son siempre precisos a un Gobierno para que pueda marchar sin obstáculos en el difícil camino de la gobernación del Estado, son hoy indispensables por la situación de los trabajos parlamentarios y por la premura del tiempo; y son también de todo punto inevitables en lo que se refiere a los presupuestos de Ultramar y a las fuerzas de mar y tierra para legalizar la situación, como asimismo en lo referente a los presupuestos de la Península y a las leyes económicas pendientes, para no privar al contribuyente, y sobre todo al agobiado labrador, de aquel auxilio que en estos presupuestos y leyes pueden encontrar; pues aunque no sea esta ayuda tanta y tan grande como fuera de desear, al fin y al cabo constituyen aquéllos un remedio para hoy y una esperanza para mañana.

En lo relativo a unos y otros proyectos, es decir, a todas las leyes económicas pendientes, es menester proceder, como dejo indicado, para que quede expedito el ejercicio de la más importante de las regias prerrogativas, como deben procurarlo siempre los partidos honrados que, en noble lid con sus adversarios, ni aspiran ni pretenden retener el Poder más que en cuanto en él contribuyan mejor al arraigo de las instituciones y al interés supremo de la Patria.

Demandamos, pues, el apoyo de los amigos y la deferencia del Parlamento; el auxilio mejor que la deferencia; y lo demandamos, más que en interés del Ministerio, en interés del gobierno del Estado, en interés del crédito del país, en interés de la formalidad de la política española, en interés, en fin, de la Patria. (Bien; muy bien). [2752]



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